Recuerdo cuando la vi por primera vez. Llegaba del instituto, sabía que ella estaba en casa y ansiaba verla. Entro a la pieza y entre mis hermanas y un plumón azul, asomó su cabecita rubia y unos ojitos llorosos, tenía carita de pena, pero el flechazo fue inmediato.
Comenzamos a buscarle nombre y nos quedamos con Bonnie, porque era muy, muy bonita.
Como yo era la mayor, tenía el privilegio de dormir con ella. Le colocaba una mantita al lado de mi almohada para que durmiéramos juntas. La acomodaba, apagaba la luz, me acostaba y de inmediato se acurrucaba en mi cuello, y de ahí nadie la sacaba. Así de pequeña era, dormía en mi cuello. 
Buena pa mandarse cagás como nadie, me meó, botó rompió y destrozó cosas que adoraba, pero su colita moviéndose enérgicamente me distraía siempre de los malos ratos.
En los días difíciles, en medio de pelos y lengüetazos me recibe con sus ojitos color ámbar y me acoge.
Ojalá supiera lo afortunada que me siento de ser parte de su vida.
BONNIE
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